29 ago 2010

La historia negra de British Petroleum y sus socios en el golfo de México

Oscar Guisoni


Mucho antes de pasar a llamarse BP, una operación de lavado de imagen que de poco le ha servido, la British Petroleum ostentaba un nombre mucho más prosaico y revelador de sus orígenes y de su historia durante la mayor parte del siglo XX: Anglo Iranian Oil Company, o simplemente la AOIC, a secas. Acostumbrada a sacar tajada de sus contactos con el poder político y a inmiscuirse en los asuntos internos de los países en los que opera, la petrolera inglesa tiene tras de si un profuso prontuario en el que abundan golpes de estados, negocios turbios, pueblos contaminados y accidentes que se podrían haber evitado si la seguridad fuera su norte y no el afán de obtener la mayor cantidad posible de beneficios económicos. Su socio en las operaciones de extracción en el Golfo de México, la norteamericana Halliburton, no se queda atrás a la hora de mostrar currículum delictivo. Juntas ambas empresas han provocado el mayor desastre ecológico desde que existen los océanos. En esta historia, negra como el petróleo, se encuentran también las claves de la tragedia reciente, de lo mucho que se podría haber hecho para evitarla, y por qué no se hizo.

Una empresa del imperio

No habían pasado cuarenta años desde que el norteamericano Edwin Drake extrajera el primer barril de petróleo de la historia, cuando un británico acaudalado y aventurero llamado William Knox D´Arcy, fascinado por las predicciones de un ignoto geógrafo francés sobre la posibilidad de que se encontraran yacimientos en Persia, se lanza en busca del oro negro. A precio de gallina muerta, 20 mil libras y el 16 por ciento de las futuras ganancias durante 60 años, Knox obtiene del Gran Visir persa la concesión para explorar una superficie equivalente al 80 por ciento del actual Irán. Corría el año 1.901 y los primeros resultados hicieron temer a Knox un fracaso, pero el 26 de mayo de 1.908 la fortuna le sonrió cuando se descubrieron los grandes pozos de Masgid Soliman. El petróleo brotaba a menos de 15 metros bajo el suelo y la historia del país estaba a punto de cambiar para siempre.
Ante la magnitud del descubrimiento se pone en pie en Londres la Anglo Iranian Oil Company, que se hace cargo además de otras licencias conseguidas por los compatriotas ingleses en varios países. El gobierno no tarda en adquirir el 51 por ciento de las acciones, con lo cual la AOIC se transforma pronto en una empresa del imperio. Al mismo tiempo empiezan los problemas políticos. A principios de los años veinte llega al poder Reza Khan, un oscuro militar y ex ministro de guerra que no duda en proclamarse Sha e inaugura una turbia dinastía. Siguiendo los pasos del nacionalista turco Ataturk, el nuevo Sha limita los contratos, sube las regalías y le prohíbe a la empresa construir oleoductos, pero ya es demasiado tarde. El negocio es tan magnífico que la AOIC se ha vuelto un estado dentro del estado, tiene barcos y una línea aérea propia, un gobierno con funcionarios y jurisdicción territorial y en algunos sitios hasta se da el lujo de pagar los impuestos directamente a los jefes de las tribus en las que se encuentran los yacimientos, antes que al gobierno iraní. En 30 años sus beneficios multiplicaron por 25 la inversión inicial y el estado inglés había recibido más dinero en impuestos de la Anglo Iranian que el propio gobierno persa.
Con la llegada de la Segunda Guerra, Reza Khan jugó sus fichas con Hitler y perdió. Con el Sha obligado a abdicar en agosto de 1.941, Irán se transformó en un poco encubierto protectorado británico en manos de su hijo, Reza Pahlevi, un fiel colaborador de los Aliados. Pero a principios de la década del cincuenta irrumpe en la vida política el nacionalista Mohammad Mossadeq, que se transforma en primer ministro y nacionaliza el petróleo, acabando con la AIOC, a la que denomina “la fuente de todas las desventuras de esta torturada nación”. La petrolera no se queda de brazos cruzados y rápidamente comienza la labor de desestabilización del nuevo gobierno. Con la colaboración de la CIA, comandada en esos años por Allen Dulles, se pone en marcha un golpe de estado, que acaba con la destitución de Mossadeq en 1.953, luego de un baño de sangre que cuesta la vida de al menos trescientas personas. El Sha impone entonces una violenta dictadura, asesina a los enemigos políticos de la compañía y restituye a la futura BP parte de su poderío, ya que las compañías americanas se quedan con parte de la torta. El episodio es tan traumático que sienta las bases de un profundo descontento popular que tendrá su punto culminante 26 años después, cuando en 1.979 la revolución islamista derroque al Sha expulsando a la compañía definitivamente del país.
BP, mientras tanto, ha extendido sus tentáculos por todo Medio Oriente, y teje y desteje en la siempre complicada política regional, que late al ritmo del petróleo. Hasta su privatización en 1.976 la petrolera no deja de ser un ariete de los intereses de la Corona británica. Ya transformada en compañía privada no pierde los vínculos políticos y con la llegada de los neoconservadores de Ronald Reagan al poder en Estados Unidos, consolida su influencia sobre el gobierno americano. Mientras tanto, su prontuario se mancha con el apoyo descarado al apartheid sudafricano, suministrándole hidrocarburos a su ejército racista.
Durante las últimas décadas, BP afina su puntería política. En Colombia la denuncia en 1.997 Amnistía Internacional por perseguir a “miembros de las comunidades locales implicados en protestas legítimas contra las actividades de las compañías petroleras” aliada con paramilitares y fuerzas policiales que previamente han sido entrenadas en contrainsurgencia por la Defense Systems Limited, una empresa de seguridad privada contratada por la petrolera para que cuide de sus instalaciones. Su última operación política de envergadura es la participación en el golpe de estado de 1.993 que desalojó del poder en Baku al presidente elegido democráticamente Abulfaz Elchibey, para poner al frente de Azerbaijan al ex responsable del KGB soviético Heydar Aliev, otro dictador sangriento incorporado al catálogo de amigos de la vieja Anglo Iranian.
Con Reagan en el poder se comienza a regalarle a las petroleras una legislación que les permite bajar costos gracias a menores exigencias en su política de seguridad y medio ambiente. El punto culminante de esta tendencia política lo llevará a la práctica George Bush junior a partir del 2.000. Bajo la administración republicana se le pone incluso un techo legal de 75 millones de dólares a las indemnizaciones que las empresas del sector deben pagar ante eventuales catástrofes ecológicas, una medida que ahora Barak Obama intenta revertir. Ante semejante desatino, la política de BP es simple: para qué gastar en seguridad si una catástrofe cuesta monedas.
Los resultados saltan a la vista: en 1.991 un estudio del Citizen Action de Washington basado en los análisis de la agencia para la protección del medio ambiente, colocaba a BP entre los 10 principales grandes contaminadores del país. Greenpeace la sitúa unos años más tarde como la principal contaminadora de Escocia y la lista es larga. En la última década la empresa trata de lavarse la cara, sobre todo luego de la gigantesca catástrofe que tiene lugar en Texas en 2.005, cuando la explosión de una de sus refinerías deja 15 trabajadores muertos, 180 heridos y 43 mil personas desplazadas. La investigación concluye que las explosiones fueron causadas “por las deficiencias de la empresa en todos los niveles”, pero altos funcionarios del Departamento de Estado impidieron que se la sangre llegara al río. La empresa terminó pagando una multa irrisoria de 50 millones de dólares.
Los amigos políticos valen su peso en oro. Incluso ahora, con la llegada de la administración Obama, menos propensa a los cantos de sirena de la industria petrolera y ante el aprieto en el que se encuentra la empresa por lo ocurrido en el Golfo de México, sigue teniendo en su agenda personajes poderosos a los que recurrir si hace falta. Según la revista Newsweek, el actual director de la CIA Leon Panetta, el enviado de Obama a Medio Oriente, George Mitchell, el actual Ministro de Salud Pública Tom Daschle y el ex administrador de la EPA Christine Todd Whitman son sólo algunos de los personajes influyentes que mantienen fluidos vínculos con la empresa. Resta por ver si semejante lobby alcanza para salvarle el pellejo ante el mayor desastre ecológico que ha tenido que enfrentar la compañía en toda su historia.

Halliburton: guerra y negocios

Asociada a BP en la tragedia que contamina las aguas del océano Atlántico desde hace ya más de ocho semanas se encuentra otra empresa con un prontuario de solera. Conocida por su amplia participación en la Guerra de Irak y por ser la compañía que dirigió antes de llegar al gobierno el ex vicepresidente norteamericano Dick Cheney, Halliburton es hoy la principal compañía de servicios petroleros de Estados Unidos y la quinta mayor concesionaria militar del Pentágono.
La empresa responsable de colocar el sellado de cemento que falló en el pozo petrolero abierto en el Golfo tiene unos 10 mil trabajadores en todo el mundo y gana más de 15 mil millones de dólares al año. Hasta la llegada de George Bush junior al poder era una compañía importante pero ignota. Pero la elección de Dick Cheney, su ultraconservador consejero durante los noventa, como vicepresidente, le dio la oportunidad de saltar en el ranking de un modo vertiginoso.
En su brillante libro “El ejército de Halliburton” el periodista norteamericano Pratap Chatterjee, editor de Corp Watch y habitual colaborador de Democracy Now! narra el ascenso de la compañía hasta transformarse en el mayor gigante empresarial en la gestión de la guerra y deja en claro que la empresa es un producto directo de la privatización de la defensa militar puesta en marcha por el gobierno americano en las últimas décadas.
Para investigar a Halliburton Chatterjee se hizo accionista de la compañía, lo que le permitió denunciar con conocimiento de causa desde los bochornosos contratos conseguidos sin licitación para reconstruir Irak, miles de millones de dólares que nadie sabe muy bien cómo han sido utilizados, hasta la increíble red de sobornos, comisiones y fraude que involucra a empleadores y subcontratistas de la empresa en Irak y Kuwait, pasando por las enormes negligencias que han tenido como resultado la muerte de civiles americanos y extranjeros en el país ocupado por el ejército de Bush en 2.003. Por si fuera poco, Halliburton ha sido denunciada por practicar el tráfico de seres humanos para llevar trabajadores baratos a Irak, utilizar un sistema de castas para pagar a los trabajadores de acuerdo a su nacionalidad, y dibujar groseros sobre costes junto a las compañías subcontratadas, que terminan inflando las cuentas que se le cobran mensualmente al Pentágono para gestionar la guerra. Entre otros honores, la compañía ostenta el récord de ser una de las que menos personal sindicalizado emplea en su propio país.
El ascenso de Halliburton a las grandes ligas comenzó en realidad en 1.992, cuando Cheney era Secretario de Defensa del gobierno de Bush padre. Un informe confidencial elaborado por el Pentágono cita a la compañía como una de las empresas que puede servir como apoyo logístico para las tropas estadounidenses en zonas de guerra. Poco después Halliburton se hace con un jugoso contrato para operar en los Balcanes que le proporcionó cerca de 2.200 millones de dólares. Cuando Cheney abandona el gobierno se transforma en CEO de la empresa. Bajo su batuta la compañía trepa del puesto 73 al 18 en la lista de proveedores del Pentágono. Y se mancha las manos en un oscuro episodio cuando le vende al coronel Gadafi seis generadores de impulsos de neutrones, violando el bloqueo impuesto por EE.UU a Libia. El incidente se arregla entre amigos, y Halliburton paga una ridícula multa de 3,8 millones de dólares.
En 1.996 la CEM, filial europea de la empresa, se suma a la construcción de un gasoducto en Birmania, un país gobernado por una cruel dictadura militar. Las organizaciones de derechos humanos no tardan en denunciar a Halliburton por usar mano de obra esclava, mientras proliferan los informes que hablan de torturas, violaciones y asesinatos perpetrados por las empresas de seguridad privada contratadas por la compañía.
En 1.997 Cheney contribuye a la creación de un influyente grupo de pensamiento ultraconservador denominado Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, una organización que propugna el derrocamiento de Saddam Hussein y que luego habrá de revelarse como una auténtica usina intelectual a la hora de promover la invasión al país mesopotámico. Aunque business are business, y en 1.998 la empresa hace negocios Dresser Industries, una de las empresas que ayudó a Saddam a reconstruir la infraestructura petrolera después de la Primera Guerra del Golfo, en 1.991. A pesar de la prohibición explícita de la administración americana, Halliburton usa sus filiales extranjeras para otros negocios con el dictador iraquí. En esos años también hace negocios en África, ganando jugosos contratos en Angola y Nigeria. El Congreso americano la acusa de haber sobrefacturado trabajos en Kosovo, pero todo queda en la nada.
El 22 de mayo de 2.002, con Cheney ya en el poder, un artículo del New York Times denuncia que la empresa infló artificialmente el precio de sus acciones, lo que motivó una investigación de la SEC (Securities and Exchange Commission), pero tampoco pasa nada. Ese mismo año gana un contrato para suministrar servicios de apoyo militar en Uzbekistán, gobernado por Islam Karimov, otro sangriento dictador poscomunista. En agosto, el escándalo en torno a la empresa crece cuando se descubre que mantiene filiales en paraísos fiscales como las Islas Caimán para eludir impuestos. Aún así, continúa ganando contratos para el Pentágono. Como no podía ser de otra manera, culmina el año anunciando un jugoso business en el recién invadido Afganistán, para cubrir los servicios de las tropas asentadas en Kandahar y Bagram.
En el 2.004 en un arranque de delirio de grandeza la compañía anuncia que pretende perforar nada menos que en Marte con dinero de los contribuyentes americanos, mientras que un juez en París comienza a investigar a Cheney por los pagos de sobornos a funcionarios nigerianos para obtener la construcción de una planta de gas. Con el final de la era Bush la empresa pierde un poco de su protagonismo mediático, pero no deja de recibir denuncias por sus malas prácticas en diferentes lugares del planeta. Con la administración Obama sigue siendo una de las grandes contratistas de defensa. El desastre ecológico provocado en el Golfo de México debido a su ya famosa válvula de cemento defectuosa es apenas una mancha más en un prontuario repleto de episodios oscuros. Al igual que ocurre con BP, ahora confía en que sus amigos políticos en Washington le terminen salvando el pellejo. Y hasta se ha dado el lujo de echarle la culpa a la petrolera inglesa por lo sucedido.

Publicado en Milenio Semanal, México

20 ago 2010

Cien años sin Tolstoi


Ahora estás muriendo en la estación de Astápovo
Y las noticias vuelan sobre Rusia.
La muerte está en tu rostro, tu rostro está en los diarios
Y cae y cae la nieve sobre lo irreparable.
Van y vienen los trenes sobre el imperio blanco

William Ospina
Palabras de la condesa Sonia en la estación de Astápovo el invierno de 1.910



CIEN AÑOS SIN TOLSTOI

Oscar Guisoni

La escena es insuperable. Ni en sus propias novelas se había visto algo así. El telón de fondo: la convulsa Rusia de 1.910. El personaje principal: Lev Tolstói, un anciano de 82 años célebre en el mundo entero, tal vez el mayor novelista que ha conocido el siglo XIX. El lugar: la finca de Yásnaia Poliana, donde el escritor ha pasado casi toda su vida. Hace tiempo ya que la existencia inusualmente larga para su época se le ha vuelto insoportable. Constantes tensiones con su familia que comienza a disputarse su herencia mientras él vive, la Iglesia Ortodoxa que lo excomulga en 1.901, la muerte de Masha su hija predilecta en 1.906, el destierro político de su discípulo y amigo Chertkov, y por último, la piedra que hará rebalsar el vaso: su mujer espía su Diario íntimo y él estalla “Me están destrozando. Quiero huir de todos” escribe el 24 de septiembre en ese texto que ha llevado con voluntad de hierro desde que tenía apenas 19 años, como si ya presintiera en ese entonces el lugar que estaba destinado a ocupar en el mundo de las letras.
En la noche del 27 al 28 de octubre Tolstói toma una decisión insólita, radical, que ha venido meditando desde hace tiempo. Abandonarlo todo. Deja su hogar, su mujer que lo acompaña desde hace 48 años, sus hijos, sus propiedades que tantas veces quiso entregar a los campesinos avergonzado de sus privilegios de noble, sus manuscritos. Y parte como un mendigo, en compañía de su hija Alexandra, su más ferviente admiradora y un discípulo médico. Primero piensa internarse en un monasterio, así que visita a su hermana María, que es monja. Pero tiene miedo que lo alcancen así que pronto sigue su camino. Pero el viejo león ya no está para estas batallas. Y la fuga hacia ninguna parte se transforma en viaje hacia la muerte. Subido en esos trenes que tanto le fascinan y que han sido escenario de algunas de las escenas más conmovedoras de sus novelas, comienza a sentirse mal, tiene fiebre. Es así como llega a la pequeña estación ferroviaria de Astápovo. El jefe de estación no lo puede creer cuando le dicen que ese anciano achacoso y enfermo es nada menos que Lev Tolstói. Le ofrece su cama, su humilde cama de empleado ferroviario, que es lo único que tiene para ofrecer. Pero al gran mago de las letras ya nada le alcanza, tiene neumonía. Y a las 6 de la mañana del 20 de noviembre Tolstói muere. Y lo hace como vivió, descarnado y pasional, extremo, en la cama de un hombre pobre, artífice hasta el final de su destino, el último suspiro de una voluntad extraordinaria que un siglo después sigue sorprendiendo con sus obras poderosas. Su capacidad para describir lo que ve, transmitir la psicología de sus personajes y entusiasmar con su amor por la naturaleza no ha sido todavía igualada.



EL HOMBRE QUE QUISO SER PERFECTO

“Yo creo que describir a un hombre es algo imposible” escribe el conde Lev Tolstói en sus Diarios (Ed. Acantilado, 2008) el 4 de julio de 1.851 “pero si es posible describir el efecto que produce en uno”. Mientras escribe esto Tolstói es un soldado, se encuentra en una tienda de campaña, hace unas horas ha salido “de correrías” a un campamento de enemigos chechenios, se reconoce como un noble pero lamenta su lascivia “me emborraché y dormí con una mujer; todo esto es muy malo y me aflige mucho” y al mismo tiempo que trata de evitar su desastrosa pasión por el juego prepara en sus tiempos libres “una novela”. Tiene sólo 23 años. Para inspirarse se recuesta detrás del campamento en plena noche boca arriba a mirar las estrellas y luego se pregunta cómo hacer para describir “lo que veo”. Pero, ¿es posible esto? “¿Acaso se puede transmitir a otra persona la manera que uno tiene de percibir la naturaleza?”.
Lo primero que produce Tolstói a quien se acerque a su obra es fascinación. Lev, o León para quienes gustan traducir los nombres – una costumbre que Tolstói cultivó también en las más de diez mil cartas que escribió en vida -, es un hombre de una gran vitalidad, capaz de estar hoy combatiendo en el ejército, mañana darse una vuelta por San Petersburgo con la intención de disfrutar de la vida mundana de la ciudad que detesta pero que tanto le atrae, volver luego a su entrañable finca de Yásnaia Poliana y ponerse a cultivar la tierra empuñando el arado con sus propias manos, para después marcharse a los campos de Borodinó, donde se produjo la célebre batalla entre el ejército ruso y el invasor Napoleón Bonaparte para poder contar así con gran detalle el episodio en Guerra y Paz (Mondadori, 2.007), una de sus obras maestras. De hecho, no hay texto de Tolstói en el que no se respire esa sensación de “te lo estoy contando porque estuve ahí” y no hay personaje que no se base en personas que él conoció, a las que tuvo oportunidad de escrutar con su obsesiva mirada.
Lev Nikoláievich Tolstói había nacido el 28 de agosto de 1.828 en el seno de una familia noble. Eran tan ricos que el abuelo materno mandaba la ropa a lavar a Holanda, su abuela tenía un ciervo ciego que le recitaba cuentos todas las noches y Lev y sus hermanos tuvieron desde pequeños un sirviente de su misma edad destinado a ser su esclavo toda la vida. Esa aristocracia superficial y vacía que tanto habría de detestar en su vida adulta y a la que describiría con maestría en Anna Karenina (Cátedra, 2008) y Guerra y Paz fue el caldo donde Lev forjó su extraordinaria cultura, aunque siempre primó en él más el impulso del autodidacta que la educación recibida, que le parecía absurda e inútil.
En sus Diarios se percibe desde el comienzo una personalidad caótica que necesita imponerse “reglas” para vivir sin sucumbir a sus pasiones. “Regla 13)” escribe el 16 de junio de 1.847 “Vive siempre peor de lo que podrías vivir. 14) No cambies tu forma de vida aún si te has hecho más rico”, y luego “Reglas para someter a la voluntad el sentimiento de amor: 1) Aléjate de las mujeres. 2) Mortifica tus deseos con trabajos rudos”. Así como las escribe las incumple. Luego vuelve arrepentido a su diario y para no volver a caer en el caos se fija tareas diarias. “Mañana de 8 a 10, leer, luego, comer y descansar, después de 4 a 6 escribir, de 6 a 8 estudiar idiomas”. El 21 de diciembre de 1.850 anota “No leer novelas” y el 24 de ese mismo mes “Jugar a las cartas sólo en caso de emergencia”.
Luego de abandonar la carrera de derecho pasa algunos años en el ejército, una experiencia que lo marcará para siempre permitiéndole luego escribir las más memorables escenas de batallas del siglo XIX. Entre 1.854 y 1.855 lucha en la Guerra de Crimea mientras publica sus primeras obras importantes, la trilogía Infancia, Adolescencia y Juventud (Alianza Ed. 2007). Cuando regresa del frente se instala en San Petersburgo. Tiene sólo 27 años y ya es un escritor célebre en su país. En la ciudad se dedica al juego, una de sus pasiones destructivas que lo llevará a endeudarse y perder parte de su propiedad. Como recuerda luego en su desgarrador testimonio Confesión (Ed. Acantilado, 2008) durante esos años comienza a gestarse su primera crisis moral, donde se pregunta “¿Qué es la vida?” y se impone a si mismo una tarea imposible: ser un hombre perfecto.
En 1.857 emprende un viaje por Europa y comienza una tormentosa relación amistosa con el escritor Iván Turguéniev, con quién más tarde litigará retándolo a duelo para reconciliarse 18 años después. En ese viaje comienza a despertarse una de sus grandes pasiones: la pedagogía, a la que dedicará grandes energías una vez regresado a Rusia. Su relación con la literatura comienza a volverse un tormento. Su fama le satisface el ego, “tengo hambre de gloria” escribe, pero le produce repulsión. Así que deja de escribir durante un tiempo hasta que en 1.862 vuelve a hacerlo luego de quedarse en la ruina jugando a las cartas. Ese año se casa con Sofía Bers, la mujer que será la madre de sus trece hijos y lo acompañará casi hasta sus últimos días.

EL LEON ENCADENADO

A partir de ese momento comienza su periodo más creativo. Al tiempo que nace su primer hijo comienza a escribir Guerra y Paz, un texto que le llevará seis agotadores años de trabajo y que lo volverá famoso a nivel mundial. “Sin falsa modestia, creo que es algo así como La Ilíada”  dice de su obra, uno de los grandes textos de la literatura universal, en la que aparecen más de 600 personajes, de los cuales 200 existieron en la realidad, 20 batallas y un sinnúmero de escenas que trazan un fresco extraordinario de los primeros años del siglo XIX en Rusia. Perfeccionista maníaco, para vestir correctamente a sus personajes consulta libros de historia de la moda, revisa archivos, viaja a los lugares donde sucedieron los hechos. La novela, de más de 1.300 páginas, no sigue un hilo argumental, una auténtica revolución para su tiempo.
Cuando termina el libro se deprime. “Mi vida se había detenido” escribe en Confesión. Comienza a meditar sobre la injusticia del mundo, cede los derechos de sus obras, y si no fuera porque su familia se lo impide, hubiera entregado también sus propiedades a los campesinos. Sus ideas de que la tierra no puede tener propietarios comienzan a traerle problemas políticos. Decide otra vez abandonar la literatura pero en 1.873 vuelve para escribir la que ha sido considerada su obra maestra: Anna Karenina. En esta novela monumental la historia se centra en torno a Anna, una mujer de la nobleza, casada e infeliz, que sucumbe a un romance clandestino. Incapaz de llevar adelante su adulterio con hipocresía la heroína se enfrenta a la sociedad de su época que la rechaza hasta empujarla al suicidio. Aquí despliega Tolstói sus grandes dotes de observador psicológico hasta niveles pocas veces alcanzados por la literatura universal. Entre los personajes secundarios incluye a Lievin, un noble propietario de tierras envuelto en los mismos dilemas morales que su creador, hecho a su imagen y semejanza.
Pero los éxitos no hacen más que reforzar su sensación de león encadenado. Yásnaia Poliana se vuelve un lugar de peregrinaje. Por allí pasan los grandes escritores rusos, dirigentes políticos, intelectuales extranjeros. Tolstói se escribe con personalidades de la talla de Bernard Shaw, Rainer Maria Rilke, Máximo Gorki y Gandhi, a quien explica su teoría de la “no-resistencia al mal”, ideas que tuvieron una gran influencia en el líder indio. Reniega de la religión tal y como la entiende la Iglesia Ortodoxa y se inclina por un cristianismo primitivo, radical, coherente con la prédica de Cristo sobre las bondades de la pobreza y la propiedad comunitaria de la tierra, lo que lleva a que lo excomulguen en 1.901. Mientras tanto, mantiene una relación tensa con su familia – su esposa intenta el suicidio – y con la literatura, a la que abandona para dedicarse a escribir textos místicos y estudios literarios, como el que dedicó a destruir la figura de Shakespeare, su gran antagonista literario. Pero no puede evitar regresar a la ficción y cuando lo hace deslumbra. En 1.889 da a conocer la Sonata a Kreutzer (Acantilado, 2003), un pequeño relato magistral, y en 1.899 publica la extraordinaria Resurrección (Pre-Textos, 1.999), la última de sus grandes novelas. Durante los últimos años de su vida trabaja en Hadji Murad (Cátedra, 1997), una obra maestra que concluye en 1.904 pero que se publica después de su muerte. Controlado por la policía después de la revolución de 1.905, su obra es censurada en su país y muchos de sus últimos textos sólo se publican en el extranjero. Poderoso y amargado, agobiado por su fama, Tolstói pasa sus últimos años meditando la imposible huída que protagonizará en 1.910, un mes antes de su muerte. Su desaparición marca el fin de una época en la literatura mundial. El mundo que describió desaparecerá para siempre de la faz de la tierra siete años más tarde, con la Revolución de Octubre. Su obra permanece inmune al paso del tiempo.



RECUADRO

PARA LEER A TOLSTOI

Como sucede con los grandes autores clásicos, para leer a Tolstói es necesario elegir las buenas traducciones. Entre las muchas ediciones de su obra que se pueden encontrar en liberías merecen especial atención la edición que hizo Josefina Pérez Sacristán de Anna Karenina (Cátedra), la versión inédita de Guerra y Paz (Mondadori – Traducción de Gala Arias Rubio); la extraordinaria versión de Resurrección (Ed. Pre-Textos, que será reeditada pronto) y, por su cuidado y el empeño de hacer conocer en el mundo en español algunos textos que hasta ahora no se habían publicado, los cinco títulos publicados por el Editorial Acantilado: Diarios (1.847-1894); Diarios (1.895-1.910); Confesión; Sonata a Kreutzer y Correspondencia (una selección de sus mejores cartas hecha por la especialista Selma Ancira).


10 may 2010

Los Wittgenstein

UNA FAMILIA DEL SIGLO XX

Oscar Guisoni

A sus hijas las pintó Gustav Klimt y las trató de sus dolencias psíquicas Sigmund Freud mientras la familia se codeaba con músicos como Mahler y Richard Strauss. Y sus hijos, cuando no eligieron el suicidio, se transformaron en celebridades del siglo XX: uno por ser un pianista manco para el que Maurice Ravel compuso su célebre Concierto para la mano izquierda, el otro por ser nada más y nada menos que Ludwig Wittgenstein, uno de los más alucinantes y herméticos filósofos del siglo XX. Un extraordinario libro del escritor inglés Alexander Waugh (Lumen, 2.009) saca a la luz los entretelones de una familia cuya historia atraviesa el siglo que cambió para siempre el rostro del mundo.

ANTES DE QUE TODO ESTALLE

El padre, Karl Wittgenstein, resumía sobre sus espaldas la historia del Imperio Austro-húngaro en el seno del cual había forjado su fortuna. Judío converso, patricio autoritario, amante del arte, melómano rabioso y hábil para los negocios, coció su fortuna vendiéndole rieles de ferrocarril al zar de Rusia Nicolás II, llevando sus riesgos comerciales al límite hasta el punto de ofrecer las mercancías antes de saber si las iba a poder fabricar. Nacido en 1.847, vivió toda su vida bajo el reinado del emperador Francisco José I, el último monarca de la dinastía de los Habsburgo y murió en 1.913, un año antes de que el Imperio entrara en la I Guerra Mundial de la que saldría derrotado y deshecho.
Pero para entender el mundo en el que Karl crió a sus nueve hijos es necesario esbozar un retrato de la Viena de aquellos años en los que la capital de Austria era también la capital cultural de Occidente. Dinámica y sucia, como la describía la popular guía turística de 1.902 de María Hornor Lansdale, en ella convivían los mil pueblos del fragmentario imperio (serbios, croatas, montenegrinos, húngaros, rumanos, búlgaros) y los mejores talentos de la época. La ciudad que había visto crecer a Mozart se permitía el lujo de contener entre sus paredes escritores de la talla de Robert Musil o Stefan Zweig, junto a músicos como Brahms, Strauss o Gustav Mahler, todos asiduos de las veladas musicales que los Wittgenstein organizaban en su espléndido palacio dentro del que habían mandado a construir una de las mejores salas musicales privadas de la ciudad.
Pero mientras Sigmund Freud elaboraba sus teorías psicoanalíticas y el vanguardista Gustav Klimt pintaba con furor erótico las damas de la alta sociedad, la capital austrohúngara era también el epicentro de un mundo a punto de desmoronarse.
El emperador Francisco José llevaba medio siglo en el trono (llegó a ser el monarca de Europa que más años sostuvo la corona sobre su cabeza) y no tenía herederos directos, por lo que su sucesión representaba un auténtico dolor de cabeza. Su hermano Maximiliano había sido fusilado en México después de su patética proclamación como emperador del país apoyado por los franceses, su cuñada había enloquecido, su esposa (la célebre emperatriz Sisí) fue asesinada en Ginebra, y su único hijo, el príncipe Rudolf, se pegó un tiro en un suicido pactado con su mujer, por lo que no le quedó otra opción que nombrar heredero al antipático Francisco Fernando, su sobrino.
A los Wittgenstein también los había visitado la tragedia desde temprano. Su hija Dora había muerto con apenas unos meses en 1.876, el primogénito Johannes desapareció misteriosamente en 1.902 con apenas 25 años de edad, su hijo Rudolf se suicidó en Berlín en 1.904, al parecer por la enorme culpa que le generaba su latente homosexualidad y el rebelde Konrad terminó pegándose también un tiro al final de la I Guerra Mundial antes de ser atrapado por los italianos en octubre de 1.918. Los únicos varones sobrevivientes, Ludwig y Paul habrían de vivir con el fantasma del suicidio toda su vida. Las mujeres acabarían solteras, como le sucedió a Hermine, la hermana mayor, o sentadas en el sillón de Freud, como le ocurrió a Gretl, a quien Klimt había pintado en su juventud cuando todavía era una belleza erótica.
En 1.913, mientras papá Karl agonizaba consumido por un cáncer de garganta, Viena y el imperio sienten que todo está a punto de volar por los aires. Los intelectuales lo desean y así lo manifiestan en sus obras y la gente común también parece estar harta de los fastos imperiales y la sensación de vacío que se había instalado en la vida cotidiana. “Mantengo la esperanza de que se produzca una erupción de una vez por todas” escribe Ludwig desde Londres, donde se ha desplazado a estudiar filosofía como discípulo del célebre Bertrand Russell “de manera que pueda convertirme en una persona diferente”. Su hermano Paul, que deberá esperar a la muerte de Karl para poder debutar finalmente como pianista eludiendo el destino prefigurado de hombre de negocios que su progenitor le había reservado, también espera un acontecimiento que le de sentido a su vida. El 28 de junio de 1.914 el estallido que todos esperaban llegó. Un estudiante nacionalista serbio, Gavrilo Princip, asesinó a balazos en Sarajevo al heredero Francisco Fernando y su mujer Sofía. La primera Gran Guerra de la humanidad estaba a punto de comenzar.

GUERRA, RUINA Y FAMA

El libro de Alexander Waugh se lee como si fuera una novela. Y pronto la tragedia de los Wittgenstein comienza a entrelazarse con la gran tragedia del siglo XX. Con Austria en guerra, Paul y Ludwig deciden alistarse en el ejército, como fieles exponentes de una época en la que los ricos aún peleaban en los frentes de batalla. En ese momento culminante de su poderío la fortuna de la familia era una de las mayores del mundo.
A Paul lo destinan al frente del este, a pelear con los rusos. En una de sus primeras misiones es herido de gravedad en el brazo derecho. Los médicos deciden extirpárselo y cuando se encuentran en medio de la operación los rusos ocupan la ciudad y lo toman prisionero. Con los colgajos de la herida aún sin cerrar, el pianista pródigo que hace menos de un año ha encandilado a Viena en su debut es llevado de un hospital a otro por toda Rusia, ya que el corrupto sistema sanitario del zar Nicolás II paga a cada centro por la cantidad de heridos que atiende, razón por la cual los nosocomios se pasan los enfermos de ciudad en ciudad para recibir más dinero. Paul viaja en vagones atestados de prisioneros enfermos que en más de una ocasión llegan muertos a su destino. Cuando deja de ser considerado un enfermo lo trasladan a Siberia, a la misma prisión donde años atrás estuvo prisionero el escritor Fiódor Dostoievsky.
Mientras su familia teme que la prisión lo incline hacia el suicidio, la eterna maldición, Paul se aferra a la música y practica con su mano izquierda en cajas de cartón a las que pinta teclas, logrando entretener a los desahuciados prisioneros con su repiqueteo. En 1.916, luego de un largo proceso, se lo incluye en un canje de prisioneros y retorna a Viena. A pesar de que los rusos le han advertido de que si vuelve a pelear y cae prisionero nuevamente lo condenarán a muerte, Paul vuelve al ejército unos meses después. Cuando la guerra se acerca a su fin, y cada está más claro que el Imperio será derrotado, el que cae prisionero es Ludwig en el frente italiano, mientras su otro hermano Konrad prefiere el suicidio a sufrir el destino que la guerra ha deparado a los varones de la familia. Cuando la contienda acaba la familia Wittgenstein se encuentra con que ha perdido un hijo, el otro ha quedado discapacitado y su fortuna se ha visto reducida a la mitad, consumida por la inflación y afectada por el desastre del imperio.
Ludwig mientras tanto ha aprovechado la guerra para escribir y ese cúmulo de reflexiones que intercambia con su amigo Bertrand Russell terminará por transformarse en 1.921 en el célebre Tractatus Logico-Philosophicus, su obra maestra y que estará destinado a tener una gran influencia en toda la filosofía del siglo XX. El libro abre la puerta a la llamada “filosofía del lenguaje” y tuvo una enorme influencia en el positivismo lógico y en el desarrollo posterior de la filosofía analítica, una de las grandes escuelas de pensamiento del siglo. Aunque Ludwig murió convencido de que no se lo había sabido interpretar, ya que según él el libro debería leerse como un texto ético. Su segunda obra, Investigaciones Filosóficas, publicada luego de la muerte del filósofo en 1.953, se adentra en los problemas de la semántica y las cuestiones conceptuales en torno al uso del lenguaje. Su influencia aún puede rastrearse en nuestros días y su significado es aún objeto de discusión, como toda la obra de Wittgenstein.
Su pensamiento radical lleva a Ludwig a rechazar su parte en la herencia del padre. Los hermanos se escandalizan pero cuando llega la crisis de 1.930 ellos también se encuentran con que han invertido gran parte de su herencia en bonos de Wall Street y ven con impotencia como la otrora poderosa fortuna se les esfuma entre las manos.
Paul mientras tanto comienza a gastar su herencia encargando obras a reconocidos compositores del momento, como Maurice Ravel y el vanguardista Sergei Prokofiev, para que escriban obras que puedan ser interpretadas sólo con la mano izquierda. La calidad de las partituras y su destreza técnica, unido a la fascinación que despierta el pianista manco sobre el escenario, lo convierte rápidamente en una celebridad internacional. La obra hermética de su hermano filósofo también gana adeptos y cuando los hermanos Wittgenstein se encuentran en la cumbre de su fama un antiguo compañero de pupitre de Ludwig llega al poder en Alemania: Adolf Hitler.


LA CAIDA DE LA CASA WITTGENSTEIN

La llegada de los nazis al poder en Alemania no fue percibida por los hermanos Wittgenstein como una gran amenaza en un comienzo. Ludwig se decía de izquierdas pero en realidad su filosofía era abstracta y centrada en el lenguaje. Suya es la famosa frase “De todo lo que no se puede hablar es mejor callar”. Mientras que Paul era un derechista acérrimo que llegó incluso a financiar la versión austríaca del nazismo. Las mujeres, a excepción de Gretl – que se codeaba con la diplomacia de media Europa – permanecían ajenas al devenir político de su tiempo.
Cuando Adolf Hitler decide anexarse Austria en 1.938 la familia comienza a tener inesperados problemas. Como todos habían sido educados en la fe católica casi habían olvidado los orígenes judíos de papá Karl, un detalle que no pasó desapercibido para las nuevas autoridades nazis. Con las arcas del Tercer Reich ávidas de dinero para fabricar armas, Alemania comienza a requisar las grandes fortunas de origen judío y les exige que retornen sus inversiones en el extranjero a cambio de una cierta inmunidad.
Ante la nueva situación, Ludwig decide permanecer en Londres y Paul abandona el país clandestinamente ya que no se le permite realizar conciertos ni dar clases. Las hermanas son encarceladas un breve tiempo por los nazis hasta forzar a la familia a que regrese su fortuna depositada en el exterior. Es el golpe de gracia al poderío de los Wittgenstein. La disputa por el retorno del dinero hará estallar también la relación de los hermanos entre si que no volverá a restituirse. Los restos de una de las grandes fortunas europeas de principio de siglo, los valores que se habían salvado del crack de 1.929, terminan de esa forma en manos de Adolf Hitler.
Cuando la contienda bélica culmina la estrella de Paul comienza a apagarse. Refugiado en Nueva York, su técnica con el piano se debilita, mientras la obra filosófica de su hermano va ganando celebridad. Finalmente, el único Wittgenstein a quien el mundo recordará será al raro filósofo, que morirá en Cambridge en 1.951, su hermano morirá en Estados Unidos en 1.961. Años más tarde Bertrand Russell recordará aquella frase con la que Ludwig le disparó para que le dijera si se tenía que dedicar a la filosofía o no: “¿Puede por favor decirme si soy un completo idiota o no?”. Luego, como testimonio de la locura y genialidad del filósofo, Russell recuerda: “le pedí que admitiera que no había rinocerontes en la habitación y se negó”.

Publicado en Arcadia, Colombia.