20 ago 2010

Cien años sin Tolstoi


Ahora estás muriendo en la estación de Astápovo
Y las noticias vuelan sobre Rusia.
La muerte está en tu rostro, tu rostro está en los diarios
Y cae y cae la nieve sobre lo irreparable.
Van y vienen los trenes sobre el imperio blanco

William Ospina
Palabras de la condesa Sonia en la estación de Astápovo el invierno de 1.910



CIEN AÑOS SIN TOLSTOI

Oscar Guisoni

La escena es insuperable. Ni en sus propias novelas se había visto algo así. El telón de fondo: la convulsa Rusia de 1.910. El personaje principal: Lev Tolstói, un anciano de 82 años célebre en el mundo entero, tal vez el mayor novelista que ha conocido el siglo XIX. El lugar: la finca de Yásnaia Poliana, donde el escritor ha pasado casi toda su vida. Hace tiempo ya que la existencia inusualmente larga para su época se le ha vuelto insoportable. Constantes tensiones con su familia que comienza a disputarse su herencia mientras él vive, la Iglesia Ortodoxa que lo excomulga en 1.901, la muerte de Masha su hija predilecta en 1.906, el destierro político de su discípulo y amigo Chertkov, y por último, la piedra que hará rebalsar el vaso: su mujer espía su Diario íntimo y él estalla “Me están destrozando. Quiero huir de todos” escribe el 24 de septiembre en ese texto que ha llevado con voluntad de hierro desde que tenía apenas 19 años, como si ya presintiera en ese entonces el lugar que estaba destinado a ocupar en el mundo de las letras.
En la noche del 27 al 28 de octubre Tolstói toma una decisión insólita, radical, que ha venido meditando desde hace tiempo. Abandonarlo todo. Deja su hogar, su mujer que lo acompaña desde hace 48 años, sus hijos, sus propiedades que tantas veces quiso entregar a los campesinos avergonzado de sus privilegios de noble, sus manuscritos. Y parte como un mendigo, en compañía de su hija Alexandra, su más ferviente admiradora y un discípulo médico. Primero piensa internarse en un monasterio, así que visita a su hermana María, que es monja. Pero tiene miedo que lo alcancen así que pronto sigue su camino. Pero el viejo león ya no está para estas batallas. Y la fuga hacia ninguna parte se transforma en viaje hacia la muerte. Subido en esos trenes que tanto le fascinan y que han sido escenario de algunas de las escenas más conmovedoras de sus novelas, comienza a sentirse mal, tiene fiebre. Es así como llega a la pequeña estación ferroviaria de Astápovo. El jefe de estación no lo puede creer cuando le dicen que ese anciano achacoso y enfermo es nada menos que Lev Tolstói. Le ofrece su cama, su humilde cama de empleado ferroviario, que es lo único que tiene para ofrecer. Pero al gran mago de las letras ya nada le alcanza, tiene neumonía. Y a las 6 de la mañana del 20 de noviembre Tolstói muere. Y lo hace como vivió, descarnado y pasional, extremo, en la cama de un hombre pobre, artífice hasta el final de su destino, el último suspiro de una voluntad extraordinaria que un siglo después sigue sorprendiendo con sus obras poderosas. Su capacidad para describir lo que ve, transmitir la psicología de sus personajes y entusiasmar con su amor por la naturaleza no ha sido todavía igualada.



EL HOMBRE QUE QUISO SER PERFECTO

“Yo creo que describir a un hombre es algo imposible” escribe el conde Lev Tolstói en sus Diarios (Ed. Acantilado, 2008) el 4 de julio de 1.851 “pero si es posible describir el efecto que produce en uno”. Mientras escribe esto Tolstói es un soldado, se encuentra en una tienda de campaña, hace unas horas ha salido “de correrías” a un campamento de enemigos chechenios, se reconoce como un noble pero lamenta su lascivia “me emborraché y dormí con una mujer; todo esto es muy malo y me aflige mucho” y al mismo tiempo que trata de evitar su desastrosa pasión por el juego prepara en sus tiempos libres “una novela”. Tiene sólo 23 años. Para inspirarse se recuesta detrás del campamento en plena noche boca arriba a mirar las estrellas y luego se pregunta cómo hacer para describir “lo que veo”. Pero, ¿es posible esto? “¿Acaso se puede transmitir a otra persona la manera que uno tiene de percibir la naturaleza?”.
Lo primero que produce Tolstói a quien se acerque a su obra es fascinación. Lev, o León para quienes gustan traducir los nombres – una costumbre que Tolstói cultivó también en las más de diez mil cartas que escribió en vida -, es un hombre de una gran vitalidad, capaz de estar hoy combatiendo en el ejército, mañana darse una vuelta por San Petersburgo con la intención de disfrutar de la vida mundana de la ciudad que detesta pero que tanto le atrae, volver luego a su entrañable finca de Yásnaia Poliana y ponerse a cultivar la tierra empuñando el arado con sus propias manos, para después marcharse a los campos de Borodinó, donde se produjo la célebre batalla entre el ejército ruso y el invasor Napoleón Bonaparte para poder contar así con gran detalle el episodio en Guerra y Paz (Mondadori, 2.007), una de sus obras maestras. De hecho, no hay texto de Tolstói en el que no se respire esa sensación de “te lo estoy contando porque estuve ahí” y no hay personaje que no se base en personas que él conoció, a las que tuvo oportunidad de escrutar con su obsesiva mirada.
Lev Nikoláievich Tolstói había nacido el 28 de agosto de 1.828 en el seno de una familia noble. Eran tan ricos que el abuelo materno mandaba la ropa a lavar a Holanda, su abuela tenía un ciervo ciego que le recitaba cuentos todas las noches y Lev y sus hermanos tuvieron desde pequeños un sirviente de su misma edad destinado a ser su esclavo toda la vida. Esa aristocracia superficial y vacía que tanto habría de detestar en su vida adulta y a la que describiría con maestría en Anna Karenina (Cátedra, 2008) y Guerra y Paz fue el caldo donde Lev forjó su extraordinaria cultura, aunque siempre primó en él más el impulso del autodidacta que la educación recibida, que le parecía absurda e inútil.
En sus Diarios se percibe desde el comienzo una personalidad caótica que necesita imponerse “reglas” para vivir sin sucumbir a sus pasiones. “Regla 13)” escribe el 16 de junio de 1.847 “Vive siempre peor de lo que podrías vivir. 14) No cambies tu forma de vida aún si te has hecho más rico”, y luego “Reglas para someter a la voluntad el sentimiento de amor: 1) Aléjate de las mujeres. 2) Mortifica tus deseos con trabajos rudos”. Así como las escribe las incumple. Luego vuelve arrepentido a su diario y para no volver a caer en el caos se fija tareas diarias. “Mañana de 8 a 10, leer, luego, comer y descansar, después de 4 a 6 escribir, de 6 a 8 estudiar idiomas”. El 21 de diciembre de 1.850 anota “No leer novelas” y el 24 de ese mismo mes “Jugar a las cartas sólo en caso de emergencia”.
Luego de abandonar la carrera de derecho pasa algunos años en el ejército, una experiencia que lo marcará para siempre permitiéndole luego escribir las más memorables escenas de batallas del siglo XIX. Entre 1.854 y 1.855 lucha en la Guerra de Crimea mientras publica sus primeras obras importantes, la trilogía Infancia, Adolescencia y Juventud (Alianza Ed. 2007). Cuando regresa del frente se instala en San Petersburgo. Tiene sólo 27 años y ya es un escritor célebre en su país. En la ciudad se dedica al juego, una de sus pasiones destructivas que lo llevará a endeudarse y perder parte de su propiedad. Como recuerda luego en su desgarrador testimonio Confesión (Ed. Acantilado, 2008) durante esos años comienza a gestarse su primera crisis moral, donde se pregunta “¿Qué es la vida?” y se impone a si mismo una tarea imposible: ser un hombre perfecto.
En 1.857 emprende un viaje por Europa y comienza una tormentosa relación amistosa con el escritor Iván Turguéniev, con quién más tarde litigará retándolo a duelo para reconciliarse 18 años después. En ese viaje comienza a despertarse una de sus grandes pasiones: la pedagogía, a la que dedicará grandes energías una vez regresado a Rusia. Su relación con la literatura comienza a volverse un tormento. Su fama le satisface el ego, “tengo hambre de gloria” escribe, pero le produce repulsión. Así que deja de escribir durante un tiempo hasta que en 1.862 vuelve a hacerlo luego de quedarse en la ruina jugando a las cartas. Ese año se casa con Sofía Bers, la mujer que será la madre de sus trece hijos y lo acompañará casi hasta sus últimos días.

EL LEON ENCADENADO

A partir de ese momento comienza su periodo más creativo. Al tiempo que nace su primer hijo comienza a escribir Guerra y Paz, un texto que le llevará seis agotadores años de trabajo y que lo volverá famoso a nivel mundial. “Sin falsa modestia, creo que es algo así como La Ilíada”  dice de su obra, uno de los grandes textos de la literatura universal, en la que aparecen más de 600 personajes, de los cuales 200 existieron en la realidad, 20 batallas y un sinnúmero de escenas que trazan un fresco extraordinario de los primeros años del siglo XIX en Rusia. Perfeccionista maníaco, para vestir correctamente a sus personajes consulta libros de historia de la moda, revisa archivos, viaja a los lugares donde sucedieron los hechos. La novela, de más de 1.300 páginas, no sigue un hilo argumental, una auténtica revolución para su tiempo.
Cuando termina el libro se deprime. “Mi vida se había detenido” escribe en Confesión. Comienza a meditar sobre la injusticia del mundo, cede los derechos de sus obras, y si no fuera porque su familia se lo impide, hubiera entregado también sus propiedades a los campesinos. Sus ideas de que la tierra no puede tener propietarios comienzan a traerle problemas políticos. Decide otra vez abandonar la literatura pero en 1.873 vuelve para escribir la que ha sido considerada su obra maestra: Anna Karenina. En esta novela monumental la historia se centra en torno a Anna, una mujer de la nobleza, casada e infeliz, que sucumbe a un romance clandestino. Incapaz de llevar adelante su adulterio con hipocresía la heroína se enfrenta a la sociedad de su época que la rechaza hasta empujarla al suicidio. Aquí despliega Tolstói sus grandes dotes de observador psicológico hasta niveles pocas veces alcanzados por la literatura universal. Entre los personajes secundarios incluye a Lievin, un noble propietario de tierras envuelto en los mismos dilemas morales que su creador, hecho a su imagen y semejanza.
Pero los éxitos no hacen más que reforzar su sensación de león encadenado. Yásnaia Poliana se vuelve un lugar de peregrinaje. Por allí pasan los grandes escritores rusos, dirigentes políticos, intelectuales extranjeros. Tolstói se escribe con personalidades de la talla de Bernard Shaw, Rainer Maria Rilke, Máximo Gorki y Gandhi, a quien explica su teoría de la “no-resistencia al mal”, ideas que tuvieron una gran influencia en el líder indio. Reniega de la religión tal y como la entiende la Iglesia Ortodoxa y se inclina por un cristianismo primitivo, radical, coherente con la prédica de Cristo sobre las bondades de la pobreza y la propiedad comunitaria de la tierra, lo que lleva a que lo excomulguen en 1.901. Mientras tanto, mantiene una relación tensa con su familia – su esposa intenta el suicidio – y con la literatura, a la que abandona para dedicarse a escribir textos místicos y estudios literarios, como el que dedicó a destruir la figura de Shakespeare, su gran antagonista literario. Pero no puede evitar regresar a la ficción y cuando lo hace deslumbra. En 1.889 da a conocer la Sonata a Kreutzer (Acantilado, 2003), un pequeño relato magistral, y en 1.899 publica la extraordinaria Resurrección (Pre-Textos, 1.999), la última de sus grandes novelas. Durante los últimos años de su vida trabaja en Hadji Murad (Cátedra, 1997), una obra maestra que concluye en 1.904 pero que se publica después de su muerte. Controlado por la policía después de la revolución de 1.905, su obra es censurada en su país y muchos de sus últimos textos sólo se publican en el extranjero. Poderoso y amargado, agobiado por su fama, Tolstói pasa sus últimos años meditando la imposible huída que protagonizará en 1.910, un mes antes de su muerte. Su desaparición marca el fin de una época en la literatura mundial. El mundo que describió desaparecerá para siempre de la faz de la tierra siete años más tarde, con la Revolución de Octubre. Su obra permanece inmune al paso del tiempo.



RECUADRO

PARA LEER A TOLSTOI

Como sucede con los grandes autores clásicos, para leer a Tolstói es necesario elegir las buenas traducciones. Entre las muchas ediciones de su obra que se pueden encontrar en liberías merecen especial atención la edición que hizo Josefina Pérez Sacristán de Anna Karenina (Cátedra), la versión inédita de Guerra y Paz (Mondadori – Traducción de Gala Arias Rubio); la extraordinaria versión de Resurrección (Ed. Pre-Textos, que será reeditada pronto) y, por su cuidado y el empeño de hacer conocer en el mundo en español algunos textos que hasta ahora no se habían publicado, los cinco títulos publicados por el Editorial Acantilado: Diarios (1.847-1894); Diarios (1.895-1.910); Confesión; Sonata a Kreutzer y Correspondencia (una selección de sus mejores cartas hecha por la especialista Selma Ancira).


1 comentario:

Unknown dijo...

Muy buen artículo. Soy un estudioso de Tolstói. Felicidades.