13 jul 2006

Cosas Raras I

Dice Musil

“La condición del arte es la embriaguez. Excitación sexual, concupiscencia, fiesta, rivalidad, movimiento extremo – tales son sus causas… Este sentimiento impulsa al individuo a imponerse a las cosas...”
No pensaba en ello mientras martillaba esa tarde sobre el muro. No registraba el sonido del vacío detrás de si. Es difícil congelar su imagen en el tiempo. No tiene tiempo que congelar. Está ahí sentado, hace mucho calor.
“Hay que aprender a ver” dice Musil. “He aquí el adiestramiento primordial para la espiritualidad; no reaccionar instantáneamente a los estímulos, sino llegar a dominar los instintos inhibitorios, aisladores.”
Pero el martilleador está enojado. Ha reaccionado.
“Toda vulgaridad obedece a la incapacidad para ofrecer resistencia a un estímulo”. Suena fácil, pero no lo es. El martilleador tiene mucha bronca.
Él no ha leído los Diarios de Robert Musil. Ni siquiera sabe quién es ni le interesa. Y si alguien se lo nombrara se quedaría mirándolo como quién ha logrado mentar al más famoso sin que su interlocutor se entere de qué va la cosa. Si el martilleador fuera más sólido, le diría que esa es una de las preguntas difíciles del Trivial. “¿Quién es Robert Musil?” O “¿En qué país nació el escritor Robert Musil?”. Pero el martilleador no juega tampoco al Trivial.
Su mayor ejercicio intelectual lo realiza en la playa, durante el verano, cuando rellena el crucigrama que viene en el periódico. A veces se levanta y le pregunta a su mujer “Lago más alto del mundo, en Sudamérica, Bolivia”. “Ocho letras”.
Pero su mujer tampoco sabe y al final termina rellenando el casillero gracias a que acierta con las palabras transversales. “Titi Caca!” “¡¿Cómo no lo supe antes?! Más fácil… Titi Caca”. Pero hoy el está enojado y de nada de eso se acuerda.
Dice Musil que el arte de Leonardo Da Vinci era “natural y racional al mismo tiempo”. Nuestro hombre no lo es. A veces actúa con cierta naturalidad y otra vez se muestra racional, pero en ningún momento logra congeniar las dos virtudes y mucho menos profundizarlas. Nuestro hombre está en la calle, donde todo sucede. Estamos regresando a la Edad Media. Todo sucede, una vez más, en la calle.
Nuestro personaje ha adquirido habilidades, no posee casi atributos y suele reír muy poco. Es parte de su condición de ciudadano contemporáneo. De hombre de la calle, digamos. Ríe con la televisión, algunas noches. Muy poco lo hace con su mujer, mucho menos con sus hijos. Con sus hijos ríe una vez al mes.
Es más fácil que nuestro hombre compre un número de la lotería. Y eso que nunca leyó a Borges, por lo cual no sabe que la lotería… ay ay ay… la lotería…
Dice Musil: “Todos los números reales pueden ser representados mediante puntos sobre el eje de las abscisas”. Y el martilleador dice “¿Ah si? No lo sabía. ¡Qué importante! Jamás lo hubiera pensado.” Y se queda pensando… “Todos los números… qué loco! Ja ja. ¡En el eje de las abscisas!”
Toda es reflexión le hace olvidar por un momento su furia. Ya no tiene tantas ganas de pegarle al jefe. Lo ve como a un enano. Un escombro más. Como los que él hace todos los días, dale que te pego con el martillo. Un pedacito de ladrillo que cae roto al lado de su antiguo vecino. Ya no es un casa, su vida ha perdido sentido. Ya no es un muro. Es sólo un pedacito de ladrillo. Nuestro hombre ha dominado los instintos inhibitorios. Siente la embriaguez del arte, hasta está un poquito excitado, siente la concupiscencia cerca, la fiesta… Nuestro hombre se acerca a Musil. O a lo que Musil dice, que no es lo mismo.
Dice Musil: “Libre voluntad (par excellence) = poder emprender algo”.
Y el martilleador siente que él emprende algo. Cada mañana. Por eso tiene bronca. Porque él emprende y emprende y sin embargo cada día se le presenta una realidad igual a la que abandonó el día anterior y él tiene que volver a emprender y no comprender por qué el muro se repite y regresa y nunca hay otra cosa que hacer que no sea emprender la destrucción de un muro nuevo. Está cansado nuestro hombre. No siente que poder emprender algo lo impregne de libre voluntad.
La última vez que se sintió libre fue… “¿cuándo fue?”
Cuenta Musil “Hace cuatro semanas vi reírse a un caballo aquí. Fue en Vialle Della Regina. Se trataba de un pequeño, elegante y joven caballo de coche de punto. Estaba atado a un muro”.
El mozo le hacía cosquillas al caballo. El caballo se moría de la risa. Nadie rompía el muro.
Todo eso nuestro hombre no lo sabe.

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